Aun no he tenido ni tiempo de sacar las fotos de Japón de la cámara y el kakizome se está secando. Así que hoy, os voy a contar algo que ocurrió justo antes de irme.
Yo sabía que Banana Yoshimoto se iba a pasar por España, pero pensaba que solo por el salón del manga de Barcelona. Así que, casi se me escapa una lagrimita cuando me enteré que el domingo anterior a mi marcha hacía una parada en Madrid.
Banana no sólo es una de mis escritoras favoritas, siento que cuando escribe me habla directamente a mi. A mí, a Merche, y a nadie más. Tranquilos estoy loca, pero no suelo resultar peligrosa.
En esta charla en la casa del lector nos contó muchas historias divertidas, una de ellas cómo se convirtió en escritora: no se convirtió, siempre lo fue. Su padre filósofo , su madre escritora, de pequeña pensaba que las únicas profesiones disponibles se limitaban a mangaka o escritora. Y como no sabía dibujar, con cinco años lo tuvo claro, era escritora y empezó un primer cuento terrorífico de niños que desaparecían en las lindes del pueblo.
Me encantó la historia, por lejana, por exótica y por la gracia con la que nos la contó, disculpándose por haber tardado hasta los 9 en acabar esa historia. Yo nunca había conocido a nadie para quien «escritor» fuera la única opción disponibles de trabajo futuro ( con futuro) . Escribir o acabar como una rock star suenan a delirio, a fantasía que muy pocos alcanzan y tu no vas a ser uno de ellos. Un bajón constante del tipo «¿a dónde crees que vas piltrafilla?».
Yo no sé si lo he superado, pero mi antídoto para atreverme a enseñar mis textos, mis fotos (y mis delirios en general) fue agenciarme un seudónimo. A modo de escudo.
En clases de escritura me hablaban de la creación del universo propio como marca distintiva del autor, y yo me deprimía. ¿Qué universo? Si no soy capaz de crearme un personaje a mi misma, ni de ponerle nombre siquiera. No tenía un triste pseudónimo decente, para andarme creando universos.
En esas me tope con un manga que me enamoró, Clover, uno de esas historias adultas y complejas que de vez en cuando se gastan las clamp.
Hablaban sobre tréboles, personajes con poderes, mayores en función de sus número de hojas y todos muy atormentados. Me fascinó el trébol de una hoja, una chica cuyo único don consistía en predecir la fecha de su propia muerte y sin embargo solo ella, de entre todos los tréboles, había mantenido un pelín de cordura.
Ya tenía pseudónimo, y con el tiempo un tatuaje con tréboles… tiestos con tréboles, sellos de firma con el kanji de trébol…
Pero resulta que la clave no era esa, no bastaba con ponerse un nombre. La clave la tenía Banana Yoshimoto en la casa del lector. Parece que no solo escribe para mí, también da charlas para mi. Una chica jovencísima, algo gótica y sentada a mi lado le hizo una pregunta:
-¿ que le recomendarías a una chica que esté empezando en esto de la escritura y a veces se desespera un poco? » – Si estuviéramos en una novela sería una metáfora de mi «yo» más jovencito e inocente.
Y Banana muy seria, solo contestó:
Que siempre acabe todo lo que empiece.
Así que este año…. para lo que escriba, lo que fotografíe o lo que doble, lo que empiece se acabará. Palabra de girl Scout que nunca fue girl Scout
Este blog no secuestra fotos en contra de su voluntad. Soy la autora de cualquier imagen que encuentres en él . En el caso de que la foto no sea mía, contará con el permiso del autor (o con una licencia creative commons) y estará enlazada con su origen y referenciado su autor. Mis gatas han sido adecuadamente retribuidas con latitas por sus posados para esta entrada.
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