Os voy a contar lo que fue, sin duda, uno de los momentos más emocionantes de mi viaje a Japón.
Mientras preparaba mi viaje, mis artículos favoritos eran aquellos de » los mejores lugares para ver las hojas rojas en…» Tokyo, Kyoto, todo Japón…. Los devoré todos. Y de alguna manera de una de estas listas llegué a la página del santuario de Kitano Tenmangu.
Hablaba de una visita nocturna a unos jardines de otoño. Jardines privados que no suelen estar abiertos al público, y que iluminan especialmente para el momiji.
Momiji es una de esas preciosas palabras que solo existen en Japón., designa el espectáculo del cambio de color del hojas durante el otoño.
Y aquí empieza mi aventura. En mi primer día completo en Japón, en el tren de vuelta de Arashiyama. Sobreexcitada de todo lo que vi en su fiesta del otoño, el Arashiyama momijimatsuri. Parecía imposible que algo más pudiera impresionarme, pero seguía el avance de mi tren en google map y lo vi: Kitano Tenmangu. No lo tenía previsto para ese día, eran las casi las 7 y media, una hora muy loca para Kyoto y sobre todo para sus templos. Noche cerrada, pero a lo Dora la exploradora me bajé corriendo del tren. Luego no estaba tan cerca de la estación como me había parecido y me perdí ( un poquito), y me empecé a agobiar ( otro poquito). Pero cuando ya estaba replanteándome mi intrépida (y nada meditada) decisión, me encontré a la entrada y se me olvidó todo.
Si existe el amor a primera vista tiene que ser como esto. Un enorme Tori de piedra, increíblemente iluminado, custodiado por dos estatuas de Komainus ( perros dragón) .
Pero, el flechazo inicial se queda corto cuando cruzas ese primer tori y te encuentras en un camino iluminado desde el suelo, custodiado por linternas de piedra y un segundo Tori. Y eso que aun no has llegado a las magnificas puertas del santuario, que de noche impresionan mucho más.
Por el camino encontrabas estatuas entre las sombras. Toros, Komainu …
Con toda mi excursión pasaban las 8 , los puestos de la entrada del templo ya estaban cerrados cuando llegue a la puerta del santuario.Aun me quedaba hasta las 9.30 que terminaba la visita nocturna
Al cruzar la puerta se accede a un complejos de templitos, que de noche imponen, y dan esa sensación de recogimiento, de esa paz tan difícil de conseguir en los templos turísticos en hora punta.
Primero fue la visita al jardín. Un espacio de cuento. El recorrido comienza por la parte alta, a través de terrazas con vistas a los templos y caminos donde cruzarte con alguno de los escasos visitantes e incluso con monjes de hábitos blancos, una imagen casi fantasmal en los senderos iluminados desde el suelo.
Y esos senderos son los que te llevan hasta la escalera de piedra que comunica con la parte baja. Allí llegas ya con el corazón en la mano y entregado por completo, para disfrutar de los puentes de color bermellón sobre un arrollo, los arces japoneses, las linternas de piedra y hasta un pequeño bosquecillo de bambú. Todo iluminada con un gusto exquisito.
y de ahí a la salida de vuelta a los templos, donde hacer una ofrenda y tocar la campana, sola y en plena noche. Aquella paz me convirtió en una adicta de esas ofrendas y pequeñas oraciones, porque aunque estuviera en un abarrotado Fushimi Inari, la sensación ya la tenía dentro.
Y cuando creí que ya había terminado la visita… aun me quedaba un te y un dorayaki buenísimo, relleno de algo parecido al marrón glace. Me explicaron que era un te de otoño, pero no entendí muy bien. Eso si, unas chicas muy amables me enseñaron a usar ese termo, que también tenía en el hotel y me traía loca. Cuando estaba disfrutando a sorbitos mi te, me di cuenta que era la única occidental entre todos los presentes…
M. Clover
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